sábado, 16 de octubre de 2010

Benarés - Varanasi: la ciudad sagrada del dios de la muerte

Infokrisis.- Una vieja tradición brahamánica cuenta que Benarés es la ciudad más antigua del mundo. Los hindúes la conocen con el nombre de Varanasi y es su ciudad santa. Diariamente, miles de peregrinos de toda la India se ponen en marcha hacia Benarés; su religión prescribe que, al menos una vez en la vida, deben ir en peregrinación a la ciudad consagrada a Shiva. Durante casi quince días, nosotros marchamos junto a esos paregrinos y permanecimos compartiendo con ellos alegrías, visicitudes e incluso enfermedades. Tiene razón quien dice que un viaje al corazón de la India, puede cambiar el alma del viajero.



EL DILEMA DE LA INDIA HOY: ¿TRADICION O MODERNIDAD?

Al abrise la puerta del reactor, no es solo un calor húmedo lo que nos golpea, sino la sensación de haber llegado a un mundo muy diferente del nuestro. No se puede idealizar a la India moderna, un país que se debate entre la pérdida de las tradiciones ancestrales y la inmersión en la más loca modernidad, o bien la fidelidad al pasado y el rechazo de cualquier concesión a lo actual. Los preceden¬tes no son nada alagüenos para la tradición. Idéntico proceso se dió antes en China y mucho más reciente en Japón; el taoismo y el sinthoismo que impregnaron hasta la médula ambas sociedades es poco más que un recuerdo antropoló¬gico en estos hormigueros humanos. Una parte de la India camina por idénticos derroteros. La cultura de la hamburguesa ha penetrado en Delhi, la capital y en las principales ciudades del país; ciertamente no sirven carne de vaca ni de cerdo y el plato estrella son hamburguesas vegetales, pero este aparente respeto a las tradiciones ancestrales, hinduista y musulmana, contrasta con una juventud que solo piensa en emigrar a EE.UU., viste obsesivamente jeans y no tiene más diversión que la TV.

El 90% de la población vive con poco o muy poco; apenas un 10% tiene el status de la burguesía alta y media occidental, pero Delhi y Varanasi van camino de tener casi tantas parabólicas como París o Madrid. Y algunas situadas en los barrios más miserable. La televisión vía satélite es el gran negocio del momento en la India sagrada. Los éxitos de la TV americana de hace diez o veinte años son contempladas con la misma veneración que en otro tiempo se deparaba a los santones.

Con todo, la religiosidad se vive todavía en las calles. Las ciudades están plagadas de templos y Benarés no es una excepción. Más aun, la ciudad, situada al Norte, está en la ruta por donde penetró el Islam. Buda predicó allí por primera vez tras haber alcanzado la iluminación. Islam, budismo e hinduismo, componen el tríptico religioso indio en el seno de una India cada vez más laica y occidentalizada.

Al poco de abandonar la zona internacional del aeropuerto de Delhi, el viajero percibe que la cálida humedad empieza a asfixiarlo y, cuando se adentra en los arrabales de la capital experimenta esa sensación de la que todos los que han viajado a la India han hablado: el olor. El aire es denso. No es un olor a sudor humano. Los excrementos huelen de manera diferente. A veces uno cree que el olor procede de las especies que condimentan la comida hindú. En otras tiene la sensación que es la basura que se amontona en todos los rincones. Es un olor que ningún otro lugar del planeta puede producir y que impregna una atmósfera sofocante. La temperatura mínima, habitualmente no baja de 14-15º C y en los meses más calurosos (entre marzo y julio) puede llegar a los 40º a la sombra. Este año el fenómeno atmosférico conocido como "el Niño" ha provocado un brusco descenso en la temperatura hasta los 7 y 8º sobre cero, un mínimo histórico; muchos mendigos han muerto de frío. Este clima cansa; es dífícil que el viajero se llegue a acostumbrar a él en los pocos días que permanece en la India. Diplomáticos occidentales que llegaron hace lustros, aun no han logrado habituarse al clima... ni a la comida local con sabores extremadamente fuertes y especiados.

El clima hace que cualquier actividad sea imposible mientras el Sol se encuentra en su cenit. Esto condiciona el ritmo de vida del país. Se madruga mucho en la India. A partir de las 6 a.m., medio país está pedaleando en bicicletas. Después de las 6 p.m. el clima se suaviza nuevamente y las bicicletas inhundan más, si cabe, las calles. La población se levanta antes de salir el Sol y a él le son dedicadas las primerales plagarías el día. De las 4 a 5 de la madrugada se viven la temperatura más benigna de la jornada... y aun así sigue haciendo un calor sofocante.

Los indios están orgullosos de sus bicicletas. La mayoría están destrozadas, pero constituyen la mejor forma de desplazarse por el interior de las ciudades indias y de visitar sus alrededores. Alquilar-las es barato, apenas 15 rupias diarias, unas 70 pesetas, el precio de una comida. Pero hay que ir con cuidado; las bicicletas están en el nivel inferior de la jerarquia de lo que se mueve. En la cúspide figuran los camiones, y más abajo los turismos. En la automoción india reina la ley del más fuerte. Las carreteras son estrechas, apenas permiten el paso de un vehículo y, en principio nadie respeta normas de tráfico ni tiene intención de apartarse. Si hay un accidente no podemos confiar en que nadie se pare. Hemos visto decenas de estos dramas de la vida cotidiana india. Los camiones son peligrosos, la mayoría están conducidos por shijs, fieros guerreros con turbante que han trocado la cimitarra por la palacanca de cambios. Los taxistas conducen como poseidos, con una mano guían el volante y la otra está perpetuamente apoyada en la bocina. Puede suponerse que las ciudades indias y las carreteras figuran entre las más ruidosas y peligrosas del mundo. En este contexto una vaca tiene más posibilidades de sobrevivir que un humanoide.

No busqueis vacas en los campos, las que hay y son veneradas se encuentran en las ciudades. Se alimentan de basura y comparten el paisaje urbano de Benarés y de otras ciudades, con los monos. Hay monos por todas partes; frecuentemente tienen mal genio; mejor no acercarse a ellos, sus mordeduras son peligrosas y no se trata de ponerse en manos del sistema sanitario del lugar. Para entrar en la India no es imprescindible vacunarse de nada en especial, pero conviene viajar con alguna cápsula antirrábica y, sobre todo, prevenir las disenterías. Ni siquiera el consumo de agua mineral embotellada garantiza verse libres de cólicos o diarreas. Y no importa si se reside en hoteles de lujo o en tienda de campaña, el riesgo de contraer parásitos intestinales y disenterías amebianas está siempre presente. En Benarés, nuestro amigo Joan Ferrer cayó súbitamente enfermo con temblores incontrolables y 40º de fiebre. El único médico que pudimos localizar se limitó a recetarle agua con limón. Joan era el primero en no hacerse muchas ilusiones sobre su futuro; era consciente que en Europa su enfermedad hubiera desapare¬cido con breves cuidados médicos, pero en la India todo es diferente y comprar una aspirina puede convertirse en una aventura de problemá¬tico final. Afortunadamente Joan se repuso pero hubo de completar el tratamiento en España; a la disentería se habían sumado dos parásitos intestinales que le hicieron perder 15 kg en pocos días.

El desolador panorama médico de la India explica la elevada tasa de mortandad que solo ha mejorado en los ultimos diez años. Sin embargo hay niños por todas partes. Los 900 millones de habitantes forman una pirámide de población muy ancha por la base; ancha y achaparrada... Las calles de Benarés son un catálogo de deformidades horribles. El "hombre elefante" pudo ser en su momento una rareza que llamó la atención de Hollywood, pero en la India hay muchos como aquel desgraciado. La hidrocefalia, las malformaciones congénitas, las enfermedades más dramáticas, que se ocultan en Occidente, pueden contemplarse en las calles de Benarés sin gran esfuerzo. Los hindúes han integrado la desgracia en su cotidianeidad. Es inútil aproximarse al alma de la península indostánica desconociendo la idea del "karma". El mal karma se expía en forma de enfermedades horribles, pero también viajando a Benarés y bañándose ritualmente en el Ganges. Personas enfermas o ancianas llegan allí para morir. Dice la tradición brahmánica que quien muere en Benarés se ve libre de la rueda de las reencarnaciones. Pero hay otras formas menos dramáticas de purificar el karma; dar acogida a los viajeros es una de ellas. Nosotros nos hemos beneficiado de esta tradición hospitalaria que tiene sus raíces en la espiritualidad hindú. Y también nos ha costado más de una infección intestinal... Un taxista nos invitó a su casa, apenas una choza de 12 metros cuadrados donde vivía con mujer y tres hijos, jergones en una esquina y una radio. Nada más. El "lavabo" estaba situado delante de la casa, en un canalillo donde se deposita¬ban las heces y orines. Por cierto, aunque sea zurdo, procure no comer nunca con la izquierda, la mano impura que por eso mismo se utiliza para limpiarse los orificios corporales; el papel higiénico es caro y no está al alcance del 90% de la población. Si no hay más epidemias debe ser por el "buen karma" del país.

EL PAIS DE LA TOLERANCIA RELIGIOSA

El famoso escritor Rudyard Kipling se afilió a la logia masónica "Esperanza-Perseverancia nº 752" de Lahore. Fue recibido como "apren¬diz" por un hindú brahamanista; al año siguiente escaló al grado de "compañero" siendo iniciado por un musulmán y poco después ascendió a la "maestría", investido por un metodista. Esto solo puede pasar en la India. El subcontinente tiene detrás muchos siglos de convivencia religiosa. La tolerancia ha alternado, demasiado frecuentemente, con el fanatismo. Los grandes magnicidios de la India han sido motivados por las luchas religiosas, no por causas políti¬cas.

De hecho, la India no es una nación homogénea, ni salvo exiguas minorías, tiene un sentimiento nacional. La India, como tal, es un invento inglés. Del período de ocupación británico ha quedado la lengua y la red ferroviaria. Lo cual no es poco. El inglés se estudia desde el parvulario y quien tiene un instrucción mínima se expresa mediana¬mente en inglés. Tras los fervores de la independencia, el "hindi" fue promocionado como lengua oficial, pero hoy apenas es hablado por el 30% de la población. El "hindi" es una mas de las 72 lenguas que se hablan en la India. El ferrocarril fue el otro "don" de los ingleses. Incluso hoy, cuando la colonización queda lejos, los ferrocarriles indios son relativamente puntuales y se muestran como la forma más segura y cómoda de viajar de un lado a otro del país. La 1ª clase tiene incluso aire acondicionado. Las restantes son algo más problemáticas; no disponen de vidrios en las ventanas, tan solo rejas; esto hace que a lo largo del camino entren en el vagón todo tipo de insectos, algunos de tamaños descomunales. Sorprende la masificación que hay en todas las estaciones y sorprende aun mucho más ver como el sistema de venta de billetes está íntegramente informatizado y los asientos numerados. En otros transpor-tes viajar es toda una aventura; no es raro ver heridos en las carreteras, caidos del portamaletas de un autobús. Hay líneas solo para turistas y circuitos para extranjeros que ofrecen más garantías y menos masificación, pero la India auténtica no es esta, sino la de la masificación, las colas y los 28 millones de aparatos de televisión. El Benarés auténtico es el de las calles abarrotadas de gente caminando durante el día y durmiendo sobre las aceras en las noches.

UN EMBRION DE SUPERPOTENCIA

En los años 60 la industria aeronáutica hindú desarrolló un modelo de reactor militar; fue la primera pista de que la nueva República aspiraba a un papel destacado en su área de influencia geopolítica. Hoy, más de un millón de hombres, están encuadrados en diez cuerpos de ejército y dos divisiones blindadas. Mientras duró la potencia militar soviética, el contencioso que la URSS sostenía con China, hizo que enviara abundante armamento a su momentáneo aliado, la India, país que podía suponer una amenaza para el gobierno de Pekín en el Sur. Hoy este diseño geoestratégico queda lejos. Lo que resta de Rusia tiene bastante con sobrevivir y en cuanto a China, está más preocupada por el desarrollo industrial que por su expansión territorial. En India, por el contrario, las élites dirigentes y la aristocracia militan tienen conciencia clara de la necesidad de erigirse en guardián del Sur de Asia. Si la India no ha entrado aún en el club atómico, nadie duda que dispone de la tecnología sufiente para dar el paso. Muchos analistas están convencidos de que los arsenales indios disponen del arma atómica desde finales de los años setenta.

Paradójicamente, lo que se percibe en la calle de esta formida¬ble potencia militar es poco menos que nulo. Las unidades del ejército que se ven en las proximidades de Benarés están armadas con viejos mosquetones y sus uniformes, como los de la policía están raidos. Estos últimos constituyen, casi, una nueva casta; son los únicos personajes obesos de la India; esto dice muy poco a su favor. El volumen de su  barriga está en razón directa a su nivel de corrupción. Por lo demás, sus uniformes están destrozados, grasientos y calzan chancletas de plástico. Su armamento se reduce a un largo palo extremadamente eficaz a la hora de reprimir tumultos. En realidad no existe mucha delincuen¬cia en la India. La integridad del turista y sus bienes no corren peligro; como máximo las gentes que se le acercan intentarán sacarle unas rupias mostrándole templos o símplemente con ingenuos engaños, pero raramente con violencia.

LA CIUDAD DEL GANGES: LOS GHATS

Los "ghats" de Benarés son los lugares más ansiados por los peregrinos. Literalmente, "ghats" son los distintos puntos de acceso al río. Si queremos encontrar los "ghats" vale la pena hacerse con un mapa de la ciudad o seguir a los peregrinos desde buena mañana en su recorrido que se inicia en el Asmighat. Los principales "ghats" son cinco, pero incluso en los más pequeños hay escalones para descender a las aguas del Ganges. Aunque las agencias turísticas recomienden verlos desde una barca, nada puede igualar mezclarse entre los "shadus" y los peregrinos que allí acuden. Hombres y mujeres se bañan ritualmen¬te juntos, con el rostro vuelto hacia el Sol, en un clima de total respeto y pudor.

Según la tradición, Brhama, dios creador del mundo, habría sacrificado en el Ghat de Dasasvamedh a diez caballos. Este episodio mítico otorgó a Benarés el título de ciudad santa. En el Ghat de Manikarnika, Shiva descendió para recojer los pendientes de su esposa Parvati que en otras mitologías es llamada Durga, la divinidad femenina más antigua del panteón hindú. Es el aspecto femenino del cosmos el que se manifiesta a través suyo. Representada en los múltiples templos de Benarés como una mujer amarilla de extraordina¬ria ferocidad, cabalgando un tigre, su presencia es indispensable en los ritos sexuales tántricos donde encarna "el poder de la Shakti", la inseparable compañera de Shiva. La tradición hindú enseña que en esta época de caos y destruc¬ción -el Kali Yuga, la edad oscura próxima a la disolución final- la actitud del hombre sabio consiste en imitar a Durga y como ella cabalgar sobre las espaldas del tigre de la destrucción, en lugar de enfrentarse directamente a él. Así el tigre nada puede contra quien lo cabalga y, finalmente, cansado, deberá detenerse. Tal es el presagio del nuevo amanecer que seguirá a la noche oscura de Kalí.

A este Ghat descendió Vishnu, el dios mantenedor del Orden Cósmico, quien dejó impresas sus huellas en una placa de mármol que aún puede verse. En pocos metros está sintetizada la presencia de la "trinidad" hindú (Brahma creador de los mundos, Vishnu sostenedor y Shiva el destructor) que dice bien a las claras por qué esta es una ciudad sagrada. Más abajo, en el Ghat de Panchganga la tradición dice que bajo las aguas van a confluir cinco ríos sagrados que, como los ríos del Edén, marcan el centro del mundo.

Los hindúes se lavan cinco veces al día en este río que arrastra las cenizas de sus difuntos, quemados en piras situadas en las orillas. Estos lugares solo se encuentran a una orilla del río, en la otra solo hay vegetación tropical y la jungla más espesa empieza pronto. La jungla, simbólicamente, representa el caos, lo indiferen¬ciado, el mundo en el que los dioses no han fijado su atención.

SHIVA Y LOS ESTRANGULADORES

La grandeza de Shiva procede de la absorción de divinidades anteriores. Los shivaitas son los rivales directos de los budistas; frecuentemente practican un ascetismo extremo. Los shadus -renuncian¬tes- que podemos ver ataviados de naranja y algunos de ellos con tridente, son en su mayoría shivaitas. Shiva es para ellos, el "mahayoguin", es decir el gran asceta. En algunos templos el dios es adorado en su forma de lingam, el falo de la fecundidad y el erotismo. El culto a Shiva a dado origen a distintas técnicas de yoga. En la práctica los sectarios de Shiva figuran entre las ramas más extremistas de la tradición hindú. En algunos momentos el culto a Shiva ha generado excesos sangrientos y sacrificios humanos. Los temibles "thugs" -literalmente "engañadores"- operaban en el triángulo Delhi-Agra-Benarés, se unían a las caravanas de peregrinos para estrangularlos; tal era su forma particular de culto a Shiva y Kali. El 17 de marzo de 1980, un padre mató a sus 4 hijos menores de 7 años a hachazos ante una imagen de Kali y posteriormente se han dado muchos de estos casos. En la India, sacrificar a alguién no supone un acto de crueldad, ni siquiera una desgracia para la víctima. En realidad, ganaba mucho más de lo que perdía y le auguraba una feliz reencarnación. Pero no hay por qué inquietarse, la Inteligencia hindú mantiene bajo control los últimos "thugs" que aun quedan en el país. Hasta hace poco el templo de Mirzapore sobre el Ganges estaba frecuentado por estos estrangulado¬res que llegados de toda la India ofrecían una muestra de sus rapiñas a la diosa de la muerte y la destrucción.

El templo de Vishvanat está consagrado a Shiva, santo patrón y protectos de la ciudad; solo puede ser pisado por hindúes. Hace 2200 años -en el inicio del Kali-Yuga, la era de la diosa Kali- fue construido en el mismo emplazamiento el primer templo a Shiva, separado solo unos metros de la sagrada "fuente de la sabiduría", cuyas aguas proporcionan claridad de juicio e inteligencia. Las convulsiones religiosas del país hicieron que el templo fuera construido y destruido con cierta periodicidad. Las columnas de la anterior versión del Vishavanat figuran hoy en la fachada de la vecina mezquita de Gyan-Vapi. El actual templo de Visnhu fue reconstruido en el siglo XVIII y sus tejados recubiertos de oro. Solo el oro puede reflejar la magnifi¬cencia del dios y, por lo demás ¿para qué lo necesirarían unos fieles cuyo problema inmediato es sobrevivir y a largo plazo obtener un buen karma?

SARNATH: DE LA PLEGARIA DEL BUDA AL PIC-NIC

Sarnath está situado al Norte de Benarés. Allí, en el siglo VI antes de JC, cuando Pitágoras enseñaba en Crótona, Zaratustra en la India y el tandem Lao-tse/Confucio en China, el Buda impartía su primer sermón en Sarnath, recién alcanzada la iluminación. El lugar de peregrinación budista más importante del mundo está plagado de templos y stupas (monumentos funerarios). La stupa de planta exagonal de Sarnath es la más famosa del mundo; marca el lugar exacto en el que predicó Buda. Sus 46 metros de alto dan sombra al templo en el que la tradición quiere que se encuentran las cenizas de Sidharta Gautama. En los murales podreis ver iconografías con las visicitudes más importan¬tes en la vida de Buda que llegó a Sarnath para "girar la rueda de la ley en favor de los que viven en las tinieblas". El Museo Arqueológico, no muy alejado, agrupa la mayor colección de imaginería budista; ineludible la visita para quien quiera hacerse una idea de la evolución de esta doctrina a través de los siglos.

Recorrimos en la consabida bicicleta los 10 km. que separan Bernarés de Sarnath. Milagrosamente no fuimos aplastados por ningunos de los camiones que nos cruzamos por el camino, ni siquiera anegados por el torrencial chaparrón que inhundó Benarés causando el más memorable atasco de tráfico que jamás hayamos visto. En Sarnath queda otro residuo de colonización inglesa: los pic-nics. En los prados y bosques que fueron recorridos por el Buda, hoy comen las familias y decenas de tenderetes ofrecen sucedáneos de bebidas occidentales: "Limca", un refresco carbónico ce naranja, "Thums Up", lo más parecido a nuestras colas... Pero si hacemos abstracción de esta concesión a la modernidad, los alrededores de Sarnath son significa¬tivos de la espiritualidad budista, una espiritualidad tan simple de comprensión como difícil de seguir.

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Es posible que algunos aspectos de nuestra descripción hayan parecido desagradables a ojos occidentales. Los habituados a los escaparates de consumo occidentales difícilmente podemos asimilar el alma hindú. Sin embargo aquella población que vive en condiciones misérrimas, es, a todas luces, más feliz que en Occidente. Incluso quienes van a morir a Benarés o los harrapientos contrahechos que se arrastran por las calles de la ciudad sagrada, tienen en su rostro una expresión de paz interior a la que muy pocos occidentales pueden aspirar. Es el pago que nos exige la modernidad.

(C) Ernest Milà - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogiacom - prohibida la reproducción de este artículo sin indicar procedencia.